La otra historia del infame codazo de J. R. Reid a A. C. Green

Héroes y villanos, la historia de la humanidad es el reflejo de la necesaria dualidad entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad, el blanco y el negro, aunque la realidad nos suele demostrar que existe una escala de grises, que tan solo puede distinguirse cuando analizas las historias en profundidad. Este es el resumen de la historia del infame codazo de J. R. Reid a A. C. Green, en el que no todo es lo que parece.

Sobre el papel y quedándonos con el hecho en sí, la historia recuerda el hecho de que cuando A. C. Green, el otrora ala pivot asceta de los Lakers del Showtime, estaba en el camino de intentar batir el record de partidos consecutivos jugados en la historia de la NBA, el ala pivot de los Knicks, J.R. Reid, le propinó un salvaje codazo que le arrancó literalmente dos dientes y casi le partió la mandíbula.

De forma más precisa, todo sucedió el 25 de febrero de 1996, en el partido que enfrentaba a los Phoenix Suns, equipo de ese momento de Green y a los New York Knicks, el equipo en el que militaba J. R. Reid.

A. C. Green llevaba desde 1986, 784 partidos consecutivos disputados y se acercaba peligrosamente tanto a John Kerr con 844 partidos, como al recordman Randy Smith, con 906 partidos jugados de manera continuada.

A. C. Green con los Suns

Lo que se estaba jugando A. C. Green en aquel momento era conseguir ser el «Iron man» de la historia de la NBA, un record noble que muestra la capacidad, esfuerzo y dedicación de un profesional del baloncesto.

Como podéis imaginar los que conozcáis el mundo yanqui, no hay nada que le guste más a un estadounidense que una estadística deportiva y si a eso le añadimos la épica de batir un record histórico, imaginad la atención y seguimiento que tenía el posible record de A. C. Green.

Hay que reconocer que un record de este estilo es realmente significativo porque, a día de hoy, es muy normal que los equipos reserven a sus jugadores en partidos que ya no hay nada en juego, o como prevención por lesiones, o por las propias lesiones, pero es bastante complicado que un jugador dispute los 82 partidos de temporada regular. 

En ese momento, A. C. Green ya llevaba casi 10 temporadas seguidas sin perderse ni un solo partido.

Con estos antecedentes y con la imagen televisiva del salvaje codazo premeditado que le dio Reid a Green sin mediar explicación alguna, el jugador de los Knicks pasó a convertirse en un enemigo público y fue sancionado con dos partidos de sanción y 10.000 dólares de multa.

Nadie se explicaba porque Reid había golpeado salvajemente al bueno de Green, un jugador en teoría ejemplar en cuanto a rendimiento y devoción deportiva, que incluso vivía su vida con unos parámetros de absoluto recogimiento social.

La realidad es que ni uno era tan bueno, ni el otro era tan pérfido y malvado como recogió un curioso artículo de Mike Downey en Los Angeles Times días después del altercado.

A. C. Green defendiendo a Karl Malone con los Lakers

Tiene especial relevancia que el artículo fuera publicado en un periódico tan relevante de Los Angeles, la ciudad que le encumbró como miembro de los Lakers del Showtime y le hizo dos veces (tres con la del 2000) Campeón de la NBA y All Star en 1990.

Downey recordó su etapa en los Lakers, donde era recordado por sus múltiples virtudes personales, pero también por ser un jugador capaz de hacer perder los estribos en los entrenamientos al mismísimo Kareem Abdul Jabbar.

El propio Green había dicho que sabía que Kareem estaba al límite antes de «empezar a soltar los codos» cuando “Sus gafas comenzaban a nublarse”.

Otro ex compañero de Green como Oliver Miller (el otro Big O), también se había quejado de las artes bajo los tableros de A. C. diciendo que no paraba  de golpearle en la cara.

Curiosamente, el perfil de A. C. Green era muy parecido al de John Stockton, jugadores serios, profesionales, duros como rocas y mediáticamente intachables, pero identificados por sus compañeros como jugadores especialmente hábiles en golpear y esconder la mano.

Por otro lado, estaba J. R. Reid, un jugador con el cartel de sospechoso habitual al más parecido estilo de la contemporánea película de Bryan Singer.

Reid había sido miembro de los Tar Heels de North Carolina, miembro del Team USA de 1988, portada de Sports Illustrated como una de las mayores promesas del país y fue elegido en la quinta posición del Draft de 1989, es decir, era una potencial estrella de la NBA, que no había conseguido el éxito para el que parecía que estaba predestinado.

J. R. Reid en la portada de marzo de 1987 de Sports Illustrated

El problema de J. R. Reid es que llegó a un equipo en formación como los Hornets, que temporada tras temporada tenían buenas posiciones en el Draft y eligieron a jugadores como Kendal Gill, Larry Johnson o Alonzo Mourning que le fueron condenado al banquillo del equipo de Charlotte.

Esto hizo que fuera traspasado a un equipo como los San Antonio Spurs, donde tampoco terminó de encajar y la propia deriva de acontecimientos le llevó a convertirse en un jugador al que las expectativas generadas en su juego, incluso por el propio Julius Erving, le condenaron a ser un jugador con cierto aire de la frustración de lo que «pudo haber sido».

En resumen, ni A. C. Green era un ángel, ni J. R. Reid era un denomino, pero el destino les unió en una jugada que cruzó sus caminos para siempre.

En cuanto al record, A. C. Green continuó su racha de partidos jugados al disputar los siguientes partidos con una aparatosa mascara de protección y reducir sus minutos de juego prácticamente a lo meramente testimonial para poder continuar con su record.

A. C. Green con la máscara en un partido frente a los Magic

En los siguientes 12 partidos, A. C. Green jugó un total de 53 minutos y mantuvo su escalada hacia el record, que terminaría superando y rebasando hasta conseguir los 1192 partidos que acumuló en su carrera y que siguen siendo por muchos años el actual record del «Iron man» de la NBA.

Su racha comenzó el 19 noviembre de 1986 y acabó el día de su último partido de temporada regular, el 18 de abril de 2001, prácticamente 15 años. Un record digno de un jugador capaz de seguir jugando… hasta sin dientes.

 

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